El síndrome del agujero en el yeso

El mes pasado, antes de las navidades, un buen amigo historiador y gran experto en violencia política en el siglo XX, el Dr. Robert Neisen, nos hizo llegar varias notas de prensa local de Friburgo de Brisgovia (Alemania) del periódico Badische Zeitung, donde se hacían eco de una información que no tuvo seguimiento alguno en la prensa española. Ocurrió apenas un mes después de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos del pasado octubre, un acontecimiento seguido masivamente en España y sobre el cual ya dedicamos algunas líneas en este artículo de EID.

En pleno centro de la ciudad (en Friedrichring, a 500 m. de la catedral) junto al escaparate de una tienda de compra-venta de oro y plata, un escudo franquista con el águila de San Juan ha permanecido muy visible en la pared durante décadas ante la -más que probable- indiferencia de transeúntes y vecinos. Se trata de un edificio privado en el que la presidenta de la comunidad de vecinos, Bettina Furlan, no salía de su asombro ante las preguntas de los periodistas alemanes sobre el símbolo del régimen franquista que adornaba su fachada desde hacía tantos años: “Nos distanciamos explícitamente de este símbolo y de las ideas que hay detrás” manifestó algo inquieta por la pequeña polémica surgida alrededor del hallazgo y las protestas de numerosos residentes españoles en la tranquila ciudad del estado de Baden-Wurtemberg. Alguno de los propietarios del inmueble afirmó incluso no haberse fijado nunca en él durante los 20 años que llevaba viviendo allí. Según relató Furlan a Badische Zeitung, en el pasado hubo un restaurante italiano en ese local y más tarde también se daba comida española. El símbolo ha sido retirado de la fachada por decisión de los propietarios.

El asunto se convirtió durante algunos días en un pequeño misterio en la villa alemana antesala de la Selva Negra, porque nadie ha sido capaz de determinar el origen del escudo y quién lo puso ahí. El periódico local publicó al menos un par de artículos sobre el tema, subrayando la presencia en el relieve del conocido grito coral utilizado al final de los discursos en la etapa franquista: ¡Una, Grande y Libre! y que a menudo se ha vinculado con el sentido teológico que impregnó al régimen de Franco (nacionalcatolicismo) en relación al valor simbólico de la triada y otros lemas trinitarios tradicionales: “Dios, Patría y Rey”, “Católica, Apostólica y Romana”, “Padre, Hijo y Espíritu Santo” que están incluso presentes en la Revolución Francesa (“Liberté, Égalité, Fraternité”)
El asunto no pasa de ser una anécdota que es bastante habitual en España, donde perdura la presencia de numerosos símbolos del régimen franquista en pueblos y ciudades del país a pesar de lo establecido en la Ley de Memoria Histórica (Ley 52/2007, de 26 de diciembre) hasta llegar al más grande de todos los símbolos franquistas, el colosal Valle de los Caídos, que ha albergado hasta hace muy poco tiempo la momia del propio dictador, algo insólito en Europa. Esto es especialmente difícil de entender en Alemania en virtud de su pasado reciente, el cual está unido al español en muchos aspectos en lo relativo a los fascismos, sin perder de vista las enormes diferencias cuantitativas y cualitativas entre el nacionalsocialismo y el nacionalcatolicismo.
Lo que ha inspirado a titular así el post de hoy: “El síndrome del agujero en el yeso” es una idea que está actualmente en el centro del debate de la memoria histórica en España en lo relativo a este tipo de vestigios. Y es que el borrado total de la Historia es un impulso democrático comprensible cuando el pasado no nos gusta, pero tal vez no cumpla completamente la función que la sociedad espera de ello. El vacío o agujero dejado por la ausencia de la información que contienen este tipo de símbolos, puede llenarse de muchos modos y no todos son edificantes. Y lo que es peor, el olvido puede reemplazar ese vacío, lo que no parece el mejor aporte que se puede hacer por la sociedad española del siglo XXI.
Por todo esto, nos surge la duda de qué resulta más positivo para la sociedad: aceptar el pasado y documentarlo o tratar de borrarlo. Volviendo a nuestro ejemplo de hoy, quizás una simple placa informativa explicando el origen del escudo, el sentido del lema trinitario que contiene y su anecdótico hallazgo tan lejos de España, habría aportado más conocimiento al visitante sobre el franquismo y sus consecuencias que su simple eliminación. Aunque en esto, como en todo, hay opiniones y también sentimientos.
5 Replies to “El síndrome del agujero en el yeso”
Querido David, como siempre tu reflexión es impecable. Sin duda es más ilustrativo saber los porqués de las cosas que eliminarlas sin explicación alguna.
Gracias por tan interesante comentario
“Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio…” (J.M. Serrat) Supongo que hay opiniones, yo soy de los que piensan que siempre es mejor saber. Evitar una epidemia de violencia política como la que sufrió Europa en los años 30 del siglo pasado tal vez no sea posible, pero olvidarlo o educar a las siguientes generaciones como si no hubiese existido no parece una buena estrategia. Gracias!
Cuando se trata de elementos singulares, o de ‘megamonumentos’ como el de Cuelgamuros, posiblemente lo mejor sea explicarlos con una placa añadida, o creando el Centro de Interpretación así previsto en el caso del famoso valle de los caídos (presidido hasta hace poco por la tumba de alguien que no cayó en la guerra, ni en la violenta posguerra ¿Ha estallado la “paz”?).
Sí. Es preferible que permanezcan algunos de esos símbolos como recuerdo histórico, bien identificados y delimitados. La sabiduría del ser humano y de la sociedad se nutre muchas veces de esas referencias. Baste mencionar la Fuente de Cabestreros en Lavapiés (Madrid), que permaneció durante todo el franquismo con su leyenda esculpida en la piedra aludiendo a la II República Española. Y no fue destruida ni alterada… quizá las autoridades de entonces no se fijaron lo suficiente en ella, o preferían no soliviantar a un vecindario considerado demasiado suburbial en aquellos tiempos.
Hay diferentes opiniones entre los expertos. En el caso de Cuelgamuros, la mayor parte se inclina por mantenerlo tal cual por su enorme poder autoexplicativo, porque realmente no necesita demasiada explicación. En mi opinión, la retirada de símbolos en ese caso ha respondido más a la necesidad de terminar con las repetidas concentraciones anuales de exaltación al franquismo -algo inaceptable en una democracia- que a un afán ideológico. Pero su conservación debería ser un objetivo para todos, por respeto a las 30.000 víctimas cuyos restos están allí (con o sin consentimiento de sus familias) y a la memoria histórica del país. Desgraciadamente y a pesar de lo que se dice, la exhumación no es posible en gran parte de los casos por motivos técnicos.

En otros casos, la eliminación de símbolos responde a una necesidad de reparación o catarsis colectiva con respecto a lo sucedido. Sin discutir un ápice la legitimidad de esos sentimientos, lo cierto es que la tarea de los historiadores es traer la verdad, no esconderla.
Gracias por el comentario y el aporte sobre Cabestreros, muy interesante:
Bueno evolucionar o morir en la generación de mis abuelos e incluso de mis padres ningún niño que le hubieran preguntado que quieres ser de mayor hubiera podido decir astronauta… es la riqueza de la humanidad siempre avanzando