La verdad de las cosas

Las cosas son cosas. O eso pensábamos hasta adquirir conciencia de que todo lo que nos rodea está formado por billones de datos susceptibles de ser interpretados. La idea no es nueva, pero parece habernos explotado en la cara desde hace apenas una década con el crecimiento exponencial de la informática y las comunicaciones. Unos lo llaman Big Data, otros Internet de las Cosas (IoT, Internet Of Things) y otros el gran Tsunami o la Info explosión. Lo cierto es que se trata de conceptos diferentes en su origen, pero que convergen en un viejo principio cuya simplicidad no debe engañarnos: la realidad es computable.
Se dice que el primero en utilizar el concepto “Internet de las Cosas” fue Kevin Ashton allá por el año 1999 en una presentación para la compañía Procter & Gamble. Desde entonces el concepto ha sido sobado, traído y llevado, por lo que conviene recurrir a su creador para comprender qué quería decir en realidad cuando lo acuñó. Ashton manifestó diez años después y ante la perversión que se ha venido haciendo de la expresión, que su intención era destacar Internet como una red dependiente de los humanos como fuente de información. Cerca de los 50 petabytes de información que movía Internet en 1999 (un petabyte equivale a 1,024 terabytes), había sido previamente capturada e introducida por humanos -escribiendo en un teclado, presionando un botón de grabar, tomando una foto o escaneando un código de barras-. Según Ashton, eso ha cambiado. El problema de los humanos es que tenemos un tiempo, una capacidad de atención y una precisión limitados. En definitiva, que no somos demasiado buenos recogiendo datos sobre las cosas que ocurren en el mundo real. Ese trabajo lo hacen mejor las máquinas .
No somos demasiado buenos recogiendo datos sobre las cosas que ocurren en el mundo real. Ese trabajo lo hacen mejor las máquinas
Hay otra idea más. Ashton sugiere que las cosas son más relevantes, en términos evolutivos, que las ideas y la información. Somos seres físicos y nuestro entorno también lo es. Uno no puede comer bits de información, ni quemarlos para calentarse, ni llenar con ellos el depósito del coche. La información es importante, pero las cosas mueven la economía, la sociedad y la supervivencia. ¿Exageración? Tal vez. No olvidemos que Kevin Ashton fue un pionero en la cosificación de la sociedad informacional, con el desarrollo del estándar RFID que hoy utilizan las cajas de supermercado de todo el planeta, entre otras muchas aplicaciones.
Lo cierto es que en la era de la información que nos ha tocado vivir y después de descubrir el poder de la computación en la nube, ahora ha llegado el momento en el cual le estamos pidiendo a los datos ir un paso más allá. Aunque todavía existe demasiada confusión como para saber en qué dirección. Gran parte de esa confusión la produce el exceso de materia prima en las últimas décadas: la información. Y eso nos lleva al siguiente concepto relacionado con la verdad de las cosas: Big Data.
Big Data (o Datos Masivos) es un concepto que procede de ciencias como la Astronomía o la Genética, aunque uno de los pìoneros en su uso aplicado a las tecnologías de la información fue Viktor Schönberger . Dicho de una manera simple, se trata de la acumulación a gran escala de datos con el objetivo de desarrollar procedimientos que permitan encontrar patrones recurrentes dentro de esos datos.
La compañía Google ya brindó en 2009 un notorio ejemplo del potencial de los datos masivos, cuando sorprendió a las autoridades sanitarias norteamericanas durante la aparición del virus de la gripe H1N1 . Google tomó los cincuenta millones de términos de búsqueda más corrientes empleados por los estadounidenses y comparó esa lista con los datos de los CDC (Centros de Control y Prevención de Enfermedades) sobre propagación de la gripe estacional. La intención era identificar a los afectados por el virus de la gripe a través de lo que buscaban en Internet . Y lo consiguieron, proporcionando con ello una herramienta de incalculable valor a los responsables sanitarios. El hallazgo se basada en un acto individual que empieza a ser cotidiano en el mundo occidental: recurrir al Dr. Google en la intimidad de nuestro navegador cuando nos encontramos mal.
Últimamente lo queremos todo en tiempo real, excepto vivir. Vivir en tiempo real parece haberse convertido en una ancestral pérdida de tiempo que hemos olvidado
Es hablar de Big Data y ya duele la cabeza, es cierto. Cada vez resulta más difícil escapar a la ansiedad que produce la sobreexposición a los datos, muy especialmente entre aquellos que sueñan con adquirir algún día el control de su vida mediante la interpretación diaria y masiva de información “en tiempo real”. Últimamente lo queremos todo en tiempo real, excepto vivir. Vivir en tiempo real parece haberse convertido en una ancestral pérdida de tiempo que hemos olvidado, es poco óptimo y demasiado caótico e inesperado.

En el siglo III a. de C., cuando Ptolomeo de Egipto se afanaba por conservar un ejemplar de cada obra escrita, la gran biblioteca de Alejandría representaba la suma de todo el conocimiento del mundo. El diluvio digital que está barriendo ahora el planeta es el equivalente a darle hoy a cada persona de la Tierra trescientas veinte veces la cantidad de información que, se estima, almacenaba la biblioteca de Alejandría. Así que, después de todo, no es extraño que devoremos información “en tiempo real” porque, a este ritmo, no nos queda tiempo para mucho más. Y no digamos si queremos llegar a un análisis profundo de la misma.
Esto nos lleva a nuestro tercer concepto de hoy: el Tsunami o Info explosión. Es cierto que la cantidad de datos que hay en el mundo está creciendo deprisa, desbordando no solo nuestras máquinas, sino también nuestra propia imaginación. Se estima que en 2013 la cantidad total de información almacenada en el mundo rondaba los 1.200 exabytes (1 exabyte = 1.000 millones de gigabytes), de los cuales ya menos del 2% son analógicos. Y es precisamente esto último lo que marca el cambio de ciclo hacia la verdadera sociedad de la información.

Para evitar jaquecas y frustración ante estos cambios, Schönberger aboga por reconciliarnos con los datos y “dejarles hablar” sin más. Porque no todo es ansiedad en los datos masivos, también hay luz. En cierto modo, en esta nueva realidad de big data, dejamos atrás las ramas para ver el bosque entero. Perdemos exactitud, porque resulta mucho más complejo establecer las causas de lo que ocurre, pero ganamos en percepción porque abandonamos la cultura del muestreo para empezar a trabajar con la totalidad de los datos.

Pero cuidado, porque zambullirnos un océano de datos también tiene su lado oscuro. Entre los numerosos riesgos, está perder el norte o caer en la chabacanización de la información. Como ejemplo, dicen los expertos que 2015 será el año del bebé data o también de los dispositivos llamados de cuantificación personal: pulseras, relojes inteligentes, sensores de todo tipo… etc. Y es seguro que pronto veremos las calles llenas de gente que va contando cada latido de su corazón con su reloj o bien padres y madres que llevan una alerta en el móvil con cada alteración en la respiración de su pequeño. El mercado es imparable cuando se trata de vender nuevos inventos sin demasiada utilidad real.
Si elevamos el nivel, hablaríamos de datacentrismo o fomentar la idea de que en los datos se encuentra la respuesta a cualquier problema y que nuestra sociedad puede prescindir de mecanismos más imperfectos y desordenados, basados en la política y la negociación .
También está el nuevo poder surgido a raíz del almacenamiento y gestión de los datos que conforman este tsunami. Las grandes compañías de Internet (Google, Amazon, Microsoft, etc.), que viven en una pugna por el nuevo oro que representa Big data y el control de la nube. Pero eso será en otro post.
No debemos olvidar que el ser humano, con todos sus defectos, siempre tiene la última palabra en su relación con la información. Ninguna máquina con todos los millones de datos que podamos imaginar, podrán emular jamás la capacidad humana para razonar, sentir e intuir. Nacemos, vivimos y morimos analógicamente.
Referencias:
2 Replies to “La verdad de las cosas”
Madre mía David, que interesante lo que nos has contado. Realmente estamos tan saturados de información y por otra parte me da la sensación que los seres humanos son cada día menos instruidos. Sólo están pendientes de las novedades en tecnología, no en aprender con ellas. Fantástico ya estoy deseando leer tu siguiente escrito. Gracias
Muchas gracias. Seguramente la falta de instrucción sea un daño colateral de la sociedad conectada. Dicen los expertos que hemos ganado mucho en percepción, en noción de realidad inmediata, pero estamos perdiendo la precisión en nuestro juicio sobre las relaciones causa-efecto. Big data modificará principios de la ciencia que considerábamos inamovibles. Es un cambio muy profundo de mentalidad y necesitaremos algo de tiempo para digerirlo o moriremos de un dolor de cabeza… 🙂