Trabajo fantasma

Desde hace más de una década, se ha venido escribiendo mucho acerca del precariado para referirse a una nueva clase social nacida de la crisis financiera y paralela al desarrollo de la revolución tecnológica. La otra cara de la moneda, en ese mismo contexto, serían los bobos (o burgueses bohemios) sobre los cuales ya dediqué algunas líneas el pasado otoño a raíz de las protestas de los chalecos amarillos en Francia (ver post El precio de ser bobos, dic 2018)
Uno de los autores más populares -y padrino del término precariado– es el sociólogo y economista Guy Standing, el cual ya propuso este vocablo compuesto a partir de los términos precario y asalariado en su obra El precariado: La peligrosa nueva clase social (Londres, 2011) Pretendía describir la aparición de una nueva clase social emergente y sin identidad, individualista, heterogénea, resentida, desarraigada… y también peligrosa, precisamente por esa ausencia de identidad colectiva que les hace el combustible perfecto para todo tipo de populismos.
Después, hemos seguido recibiendo otras señales de evidente precarización vinculada esta vez a la economía colaborativa, tanto en el ámbito de la movilidad (como es el caso de los conductores de Cabify o Uber) como en el de los servicios de comida a domicilio (Glovo, Deliveroo, etc. ver EL PAÍS, 28/05/2019) donde ya es directamente la nube -o más bien el nubarrón– quien establece las reglas de juego de quién es empleable y quién no, en función de sus ratios a la hora de repartir pedidos y otros datos como su nivel de disponibilidad.
Todo esto enlaza con un fenómeno relativamente reciente, como es el imparable crecimiento que está experimentando la inteligencia artificial (IA) y el impacto que ello tendrá muy pronto en la forma de relacionarnos con el trabajo, entre otras muchas facetas de la vida. Todos nosotros hemos comenzado a incorporar IA con gran naturalidad en nuestras vidas (a veces casi sin darnos cuenta) y atravesamos una etapa de dulce embriaguez acerca de su capacidad para transformarlas.
Mary L. Gray y Siddharth Suri – Foto: Microsoft
Recientemente, dos investigadores de Microsoft (una antropóloga y un científico informático) ha publicado un estudio (ver entrevista completa para el MIT aquí) que alerta sobre el hecho de que detrás de la “mágica” capacidad para entender nuestras necesidades y satisfacerlas al instante, los asistentes virtuales requieren de un ejército humano de lingüistas y otras especialidades que -entre bambalinas- se ocupan de la tarea de entrenar al sistema para lograr que funcione.
Sin perder de vista que ambos investigadores trabajan para una compañía como Microsoft -que también compite actualmente en el terreno de la inteligencia artificial- y ello puede añadir cierta contaminación a sus conclusiones, lo cierto es que las condiciones de esos trabajadores anónimos e invisibles que alimentan la IA parecen lejos del glamour que rodea la parte más visible y amable del fenómeno. Tanto es así, que empiezan a formar un subgénero dentro del precariado que ya se conoce como trabajadores invisibles (o ghost workers)
Suena a argumento de una novela de Orwell y produce cierta inquietud, pero en mi opinión es muy oportuno contrarrestar ahora la creciente euforia existente alrededor de la IA. O al menos, acompañar dicha euforia con algo más de reflexión, con el objetivo de poner el rumbo adecuado y permitir que todos podamos crecer juntos en los retos venideros.
Alguien me enseñó en cierta ocasión, que la misión de las ciencias sociales es con frecuencia antipática. Es cierto. A menudo supone argumentar con evidencias sobre aquello que la sociedad no desea escuchar o hacerla despertar del sueño de una euforia desmedida. Tal vez por eso sigan siendo tan necesarias -hoy más que nunca- como el café al despertar por la mañana, tras una noche de embriaguez.
Referencias:
- MARY L. GRAY, & SIDDHARTH SURI. (2019). Ghost Work. Boston – New York: Houghton Mifflin Harcourt.STANDING, GUY. (2013). El precariado: Una nueva clase social. Pasado y Presente.